domingo, 28 de noviembre de 2010

Silencios

Algo le paraliza y es consciente,
las lágrimas se deslizan bajo su piel
por temor a manifestarse en sus ojos;
la garganta, que se comprime
para ahogar un bramido de fuego.
Los labios, sellados,
que permanecen intactos,
hechos de hielo.
En la mirada ausente,
tan sólo un destello hueco
un nido de remotas ilusiones
hecho jirones por la decepción.
Podría decir muchas cosas,
desea decirlas,
pero cada palabra muere
antes de conocer el sonido de su voz,
que ahora permanece guardada
en un cajón de porqués imposible de descifrar.
De modo que ambos están mudos,
quizás ya está todo dicho,
quizás no queda nada...
tan sólo restos de orgullo malherido
por los rincones de la habitación.
Le gustaría morder el silencio,
ése que seguirá latiendo en sus sienes
mientras desanda el camino,
sumergida en esos pensamientos
que no ha osado expresar.
En la mesilla de noche,
dos fotografías,
dos testigos de una realidad
que ya no existe,
que desaparece al tocarla con los dedos.
Y escondida entre las sábanas
bajo el manto de la oscuridad,
llorará, llorará, llorará...
porque está sola,
y ya no tiene que esforzarse
en pintar la frialdad en su rostro.
Ríos de angustia
se deslizarán por sus mejillas,
y derribarán la coraza de cartón
que descansa sobre su pecho.
El tiempo pasa de puntillas,
- segundos, minutos, horas...-
para no hacer ruido mientras
ella hace garabatos en el aire
con las frases que no dijo.
Mientras tanto le volverán a visitar
esos viejos recuerdos
vestidos con su mejor disfraz;
caprichosos, grandes, pequeños, infinitos.
Los mismos que tantas y tantas veces
le han hecho confiar en un espejismo.
Quizás se agote el silencio,
quizás vuelva a sonar el teléfono,
rompiendo el entramado de cansadas conjeturas
que no le dejan conciliar el sueño.

1 comentario:

Yeamon Kemp dijo...

La soledad como bálsamo... o todo lo contrario.


Triste.