Me duelen los labios. Sucede cuando se me escapa alguna palabra inconveniente. Me asusto y los aprieto tanto para no repetir el error que me los sangro. La sangre que sabe en la boca es un remanso, un delicatessen de El Bulli.
Me duelen los pies de enumerarme los dedos en busca de ovejas que me ayuden a dormir profundo. Me duele el ánimo. Esta noche lo engulló un comecocos delante de un espejo enorme. Me duelen las palabras que se adhirieron a mi cerebro y me gritan voces contrarias: sube, baja, ven, vete… Bebo el agua de la lluvia. Siento el líquido en la garganta deshilachando las nieblas matutinas. Amenaza nieve en las cotas bajas, pero yo ya me he descalzado, preparada a dejar mis huellas en la nieve.
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