Es viernes. Madrugar tanto y tantas veces seguidas me convierte en una mujer que arrastra horas dormidas; horas que cuando llega el viernes debo reanimar pacientemente, una a una, para que respiren vida con los ojos abiertos. Tengo sueño, un sueño piedras y arenas movedizas. Piedras, horas…
La distancia agranda o empequeñece los fantasmas, las pesadillas y las risas. La distancia es una frontera que se cruza. Es viernes. La luz que entra por mi ventana está muda, apagada, quizá duerme las horas que a mi me faltan. Soplo hacia la hoja de luz para mecerla y la distancia que nos separa no me devuelve nada, ni un suspiro de no me muevas.
Ahora soy un desierto. Cuando subo a la duna más alta y siento el frío de la noche veo en la distancia otros desiertos. Escucho sus gritos. Son los que se han levantado, unos en armas, otros en palabras, todos en sangre, gota a gota, río a río. Desde mi duna desértica pienso en mi memoria las imágenes del día vistas en Al Yazeera. Corre por ellas un mundo reducido a imágenes de vídeo borrosas tomadas desde un teléfono móvil.
Es viernes y estoy cansada. Busco músicas dentro de mi cerebro pero en lugar de notas me llegan horas dormidas, estirándose los minutos y los segundos. Tengo sueño, un sueño piedras y arenas movedizas.
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