miércoles, 5 de enero de 2011

Libros

Los libros no son un producto, una mercancía, una anotación en una cuenta de resultados. Los libros son mágicos, contienen palabras que alguien ha arrancado del silencio con esfuerzo, sufrimiento y talento (no siempre; es más, casi nunca). Un libro es una ventana abierta, una bocanada de aire pinchado en neurona, una posibilidad de redimirse y crecer. Un libro es un artefacto revolucionario que modifica, regala otras vidas ya vividas, emociones y experiencias. Algo así de valioso requiere un mimo exquisito. Son como las botellas de los Gran Reserva, que casi no hay que moverlas al retirar el corcho.

Me encantan las librerías pequeñas, donde se pueden respirar las descripciones y los diálogos sin interrupciones. Me gusta husmear en la mesa de novedades y en las otras menos actuales, y comprobar con qué libro duerme cada uno. De noche, cuando los libreros se marchan a casa, los libros se despiertan e intercambian metáforas y aventuras. Una buena novela al lado de un libro menor puede terminar en desastre. Las erratas son huellas de los infartos que producen las malas conversaciones. Cuando me dispongo a comprar un libro lo respiro y él es el que decide, a través de sus olores, si se quiere venir conmigo. Así compro, por piel. Toco y me dejo llevar. Así vivo, con las manos fuera de los bolsillos.

No hay que comprar libros en lugares que maltraten a los libros y a los clientes. No son principios lo que me mueve, sino el respeto a las palabras y a los silencios que habitan en cada obra literaria.

1 comentario:

Yeamon Kemp dijo...

Me ha recordado a una librería en la que entré en Brujas. Tenía varias plantas, y los libros se amontonaban (sin violencia) por diferentes habitaciones sin un orden aparente. La guía advertía -y comprobé que la señora presumía de ello- que la librera sabía perfectamente la ubicación de cada obra. Dentro del caos había un orden. Un orden demasiado maravilloso para que un caminante idiota como yo pudiera entenderlo.