-Cloto: „la hilandera“, hilaba la hebra de vida desde su rueca hasta su huso. Su equivalente romana era Nona (Novena).
-Láquesis: „la que echa a suertes“, medía el hilo de la vida de cada persona con su vara de medir. Su equivalente romana era Décima.
-Átropos: „la inexorable“, era quien cortaba el hilo de la vida. Elegía la forma en la que moría cada persona, y cuando su tiempo llegaba cortaba su hebra con «sus detestables tijeras».Su equivalente romana era Morta (Muerte).
Su función es regular la vida de cada mortal, desde su nacimiento hasta su muerte, con ayuda de un hilo que la primera hilaba, la segunda enrollaba, y la tercera cortaba cuando llegaba el final de esa existencia. Siempre que nacía un niño las Moiras estaban presentes para asignarle su cuota de vida, de felicidad y de tristeza. Su destino quedaba fijado desde aquel momento, y difícilmente podría escapar a él.
Se las representaba habitualmente vestidas de blanco, viejas y solemnes, acompañadas por sus instrumentos: el huso, la vara de medir y las tijeras. Los griegos afirmaban variadamente que eran las hijas de Zeus y la titánide Temis (la ‘Institutriz’) y hermanas de Las Horas o de seres primordiales como Nix (la Noche), Caos o Ananké (la Necesidad).
Las Moiras eran a la vez diosas de la vida y de la muerte. Al conocer el destino de los hombres, conocían su futuro, por lo que se les atribuía también la capacidad de hacer profecías, al igual que el dios Apolo.
Además de establecer el destino de cada cual, se encargaban de que se cumpliese. Y en esto resultaban verdaderamente implacables. Cuando un asesinato no previsto truncaba el plan divino, enviaban a las temibles Erinias a castigar al agresor, y en algunas ocasiones podían llegar incluso a restituir la vida al difunto. Una anécdota curiosa es la de Admetos. Apolo consiguió que las Moiras le concediesen a Admetos el privilegio de ser librado de la muerte una vez que llegase su hora, siempre que algún voluntario ocupase su lugar. Se dice que el dios consiguió este favor de las Moiras tras emborracharlas.
Lo decretado por las Moiras era, en principio, inflexible. Sin embargo, Homero consideraba que Zeus tenía la potestad para salvar a alguien en el último momento, si él así lo deseaba. También creía que los hombres podían, hasta cierto punto, huir de sus designios, con tal de evitar determinadas situaciones. Después de todo, las Moiras no podían intervenir en la vida de los humanos de forma directa, sino provocando causas intermedias.
La idea generalizada, sin embargo, consistía en que ni siquiera los dioses escapaban a las leyes del destino, a las leyes de las Moiras. También los acompañaban a ellos en su nacimiento, momento en el cual les asignaban una función y, a veces, incluso las tierras a las que estarían asociados como patronos. Incluso los dioses temían a las Moiras. Zeus también estaba sujeto a su poder, admitió una vez la sacerdotisa pitia de Delfos.
Shakespeare se inspiró en este mito para crear las tres brujas que aparecen en Macbeth, cuya intervención es determinante en el destino del protagonista.
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