-¿Por qué este águila, reina de todas las aves y pájaros, permanece encerrada en el corral con los pollos?
El granjero le contestó:
-Me la encontré malherida en el bosque, y como le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado a ser como un pollo, no ha aprendido a volar. Se comporta como los pollos, y por tanto ya no es un águila.
El naturalista dijo:
- El tuyo me parece un bello gesto, haberla recogido, cuidado y curado. Además le has dado la oportunidad de sobrevivir, y le has proporcionado la compañía y el calor de los pollos de tu corral. Sin embargo, tiene corazón de águila y, con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Qué te parece si le ponemos en situación de hacerlo?
- No entiendo lo que me dices. Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho, yo no se lo he impedido.
-Es verdad, tú no se lo has impedido, pero como muy bien decías antes, como le enseñaste a comportarse como los pollos, por eso no vuela. ¿Y si le enseñásemos a volar como las águilas?
-¿Por qué insistes tanto? Mira, se comporta como los pollos y ya no es un águila, qué le vamos a hacer...Hay cosas que no se pueden cambiar.
-Es verdad que en los últimos meses se ha comportado como los pollos. Pero tengo la sensación de que te fijas demasiado en sus dificultades para volar. ¿Qué te parece si nos fijamos ahora en su corazón de águila y en sus posibilidades de volar?
-Tengo mis dudas porque, ¿qué es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades, pensamos en sus posibilidades?
-Me parece una buena pregunta la que me haces. Si pensamos en las dificultades es más probable que nos conformemos con su comportamiento actual. Pero...¿no crees que si pensamos en las posibilidades de volar esto nos invita a darle oportunidades y a probar si esas posibilidades se hacen efectivas?
-Es posible.
-¿Qué te parece si probamos?
-Probemos.
Animado el naturalista, al día siguiente sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos, lo llevó hasta una loma cercana y le dijo:
-Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo.
Esas palabras persuasivas no convencieron al aguilucho. Estaba confuso y, al ver desde la loma a los pollos comiendo, se fue dando saltos a reunirse con ellos. Creyó que había perdido su capacidad de volar y tuvo miedo.
Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo:
-Eres águila. Abre las alas y vuela. Puedes hacerlo.
El aguilucho, de nuevo, tuvo miedo de sí mismo y de todo lo que le rodeaba. Nunca lo había contemplado desde aquella altura. Temblando, miró al naturalista y saltó una vez más hacia el corral.
Muy temprano, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho a una elevada montaña. Una vez allí, le animó diciendo:
-Eres águila. Abre las alas y vuela alto.
El aguilucho miró fijamente a los ojos del naturalista. Éste, impresionado por aquella mirada, le dijo en voz baja y suave:
-No me sorprende que tengas miedo. Es normal que lo tengas, pero ya verás como vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros corazones de águila. Además, estos días pasados, cuando saltabas, pudiste comprobar qué fuerza tenían tus alas.
El aguilucho miró a su alrededor, abajo, hacia el corral, hacia arriba, y hacia el cielo. Entonces, el naturalista lo levantó hacia el sol y lo acarició suavemente. El aguilucho abrió lentamente las alas y finalmente, con un grito triunfante, voló alejándose en el cielo. Había recuperado por fin sus posibilidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario