En el horizonte...

Noche cerrada. Una mujer camina desnuda bajo el cielo. Se siente observada por miles de estrellas. Allá, en lo alto, brilla una gran luna llena. Su luz la deslumbra cual lámpara de interrogatorio.
Como siempre, como nunca, observada y juzgada.
El sendero es duro, pedregoso, demasiadas cuestas arriba, pero siempre más cuestas abajo. Cada paso adelante, otro día más. En este su camino, la mujer pasa delante de algunos pueblos. La gente que sale a su paso la mira entre extrañada y asustada. Normal. Muy normal. Esa mujer solitaria alumbrada por la radiante luna, no tiene ojos, pero por sus mejillas resbalan lágrimas; tampoco corazón, pero hay sangre caliente recorriendo sus venas. Muchos la intentan tocar, alcanzar. Es inútil. Sus manos le atraviesan sin dejar huella.
Dejemos a la fémina que siga caminando, pues es largo el viaje y no debe demorarse. Descubramos un poco su porqué y su misterio.
Esta mujer, contemplando los horrores de que es víctima el mundo, llorando, se arrancó los ojos.
Esta mujer, habiendo sido herida, traicionada y engañada, furiosa, se arrancó el corazón.
Recogió ambos objetos y los guardó en una caja, sellada con frustaciones, y la colocó en lo más profundo de su ser, en lo más insondable de su existencia, donde jamás pudiera acceder, e inició este triste y solitario camino. Siempre observada, siempre juzgada.
Mas el motivo de que siga andando, el motor que la impulsa a seguir adelante ("Adelante, siempre adelante", como muy bien decía Pérez Galdós) es, que al final del duro trayecto, a lo lejos, muy a lo lejos, allá en el horizonte, cree vislumbrar una luz.
Como no puede verla, al estar sus ojos guardados, se imagina a cada paso qué podrá ser: una puerta abierta a un lugar mejor; una vela que, al ser soplada, en un suspiro todo se apague, las estrellas, la luna...o, simplemente un faro que le ayude a guiarse por esta oscura claridad, por esta diminuta grandiosidad que es la vida.